Tuesday 19 June 2007

Yad Vashem

By Carmelo Jordá

Marceline Kogan, cuatro años, Francia; Belia Altman, dos años, Polonia; Lyova Reznik, cinco años, Ucrania; Shulem Berger, siete años, Eslovaquia… Así hasta un millón y medio de nombres, edades y lugares de procedencia. Mientras los vamos oyendo nos movemos en la oscuridad de una sala en la que muchas velas se mantienen encendidas y, gracias a un tan inteligente como hermoso juego de espejos, se reflejan y multiplican hasta simbolizar ese millón y medio de niños que fueron asesinados durante el Holocausto. Estamos en el Memorial por los Niños del Museo Yad Vashem del Holocausto.

A esta sala oscura se accede simplemente tras ver un mural con unas pocas fotos de niños y, si estuviésemos en ella ocho horas al día durante ocho meses, oiríamos los nombres de todos los que fueron asesinados en el Holocausto, millón y medio, como ya he dicho.

Es, sin duda, lo más estremecedor del más estremecedor museo que puedan imaginarse. Y eso aún a pesar de que no está construido alrededor de las peores imágenes que se podrían haber encontrado, no está lleno de fotografías escabrosas si me permiten la expresión, pero la exposición pausada, calmada, sistemática y documentada del proceso que llevó desde la ascensión de Hitler al poder hasta el asesinato de seis millones de judíos supone, ha supuesto para mí al menos, una de esas impresiones que será difícil olvidar.



El Yad Vashem está localizado en un hermoso emplazamiento junto al Monte Herzl, en Jerusalén, y lo componen una serie de edificios y memoriales entre los que está el propio museo y otros espacios como el destinado a los niños que he mencionado antes. Todo aquí es simbólico y tiene un significado, los numerosos árboles que pueblan todo el complejo están dedicados uno a uno a las familias y personas que salvaron a algún judío durante aquellos años, en determinados casos a cientos o a miles, en otros a un pequeño niño cuyos padres les habían entregando para evitar que emprendiese el tenebroso viaje a los campos de la muerte… Todos y cada uno de aquellos que fueron “justos” tienen su recuerdo en estos árboles.


Nuestra visita ha pasado antes por todos estos espacios para luego entrar al moderno y hermoso edificio del museo, obra de Moshe Safdie, un arquitecto israelí-canadiense. Visitarlo no es una tarea sencilla y agradable, no obstante debería ser una “obligación” en la educación de nuestros hijos. Personalmente, tras haber pasado por el Memorial de los Niños y supongo que por mi estado de ánimo como padre novato lo peor no han sido las estremedecedoras imágenes que ya conocía de los supervivientes de los campos, sino las de los pequeños en los guetos, o las de las familias con sus criaturas que sabemos que acabaron sus días en Auschwitz, Treblinka o cualquier otro de aquellos terribles lugares.

En todas y cada una de esas imágenes he sentido que me miraban y me preguntaban cómo algo así ha podido ocurrir. Por supuesto, no he sabido qué responderles.

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